En el corazón de Monterrey, Nuevo León, aún resuenan los ecos de la historia a través de los recuerdos del Ojo de Agua de Santa Lucía, el manantial donde la ciudad fue fundada hace más de 400 años, el 20 de septiembre de 1596. Este lugar emblemático, rodeado de nogales y flores, era un paraje natural que ofrecía vistas impresionantes y un espacio para pescar y conectar con la naturaleza, según testimonios del siglo XIX. Hoy en día, muchos se preguntan si el manantial todavía fluye de manera subterránea, oculto bajo el pavimento de la moderna ciudad.
Para la mayoría de los regiomontanos, el nombre del río Santa Lucía evoca la imagen del arroyo artificial que conecta la Macroplaza con el Parque Fundidora, un popular destino para paseos en lancha y caminatas. Sin embargo, pocos conocen que este canal artificial fue diseñado para conmemorar el antiguo manantial de Santa Lucía, donde Diego de Montemayor fundó Monterrey.
Los historiadores indican que el caudal del antiguo río Santa Lucía fluía de poniente a oriente sobre lo que hoy es la calle Juan Ignacio Ramón y recibía agua de otros dos veneros: el ojo de agua de El Roble y el de Agua Grande. A pesar de que el manantial original ya no es visible, algunos creen que todavía fluye de manera subterránea, siendo el último testimonio vivo de un lugar que alguna vez fue vital para la ciudad.
Hay debate sobre la ubicación exacta del Ojo de Agua de Santa Lucía. Algunos registros históricos señalan que se encontraba en el lugar donde hoy se erige el Obelisco de Juan Ignacio Ramón, mientras que otros cronistas sugieren que estaba entre las calles Zaragoza y 5 de Mayo, donde ahora se encuentra la Iglesia del Sagrado Corazón.
La transformación de este sitio emblemático comenzó en el siglo XIX, cuando la ciudad enfrentó brotes de fiebre amarilla y cólera. Para prevenir la formación de pantanos y controlar las inundaciones, las autoridades decidieron canalizar el río. Posteriormente, en 1886, la construcción del Puente Juárez, entre las calles Juan Ignacio Ramón y Allende, marcó el inicio de una era de desarrollo urbano que cambiaría el paisaje de Monterrey para siempre.
El auge industrial de Monterrey durante el siglo XX llevó a la expansión de la infraestructura urbana, con la creación de grandes avenidas y calles que facilitaron la movilidad de sus ciudadanos, pero que también significaron la desaparición de algunos de sus sitios históricos más queridos.
Hoy en día, aunque el Ojo de Agua de Santa Lucía ya no es visible, su historia sigue viva en la memoria colectiva de Monterrey. A través de fotografías y relatos históricos, los regiomontanos pueden recordar un tiempo en el que la naturaleza y la ciudad coexistían en armonía. Aunque el manantial ahora fluya oculto bajo el suelo urbano, sigue siendo un símbolo de la resiliencia y la transformación constante de Monterrey.