Monterrey, conocida como la Sultana del Norte, no solo ha sido forjada por su desarrollo industrial y su espíritu emprendedor, sino también por los numerosos desafíos naturales que ha enfrentado a lo largo de su historia. Entre estos desafíos, los ciclones e inundaciones han dejado una marca indeleble en la ciudad y su gente, moldeando su evolución y desarrollo urbano.
Uno de los episodios más antiguos y trágicos ocurrió en 1611, cuando una gran avenida de agua proveniente de la cañada del Ojo de Agua arrasó con la mitad de las casas de la ciudad, según relata el cronista Alonso de León. Este desastre llevó a las autoridades a reubicar el centro de Monterrey en un sitio más elevado, lo que estableció la ubicación actual del centro histórico, con la plaza mayor, la iglesia parroquial (hoy catedral) y las casas de cabildo, que ahora albergan el Museo Metropolitano.
Sin embargo, las calamidades continuaron afectando a la ciudad durante el siglo XVII, con inundaciones registradas en 1636, 1642 y 1648, que causaron graves daños y pérdidas humanas. Fue durante el gobierno de Simón de Herrera y Leyva (1795-1806) cuando se construyeron las primeras presas sobre el río Santa Lucía para controlar las avenidas de agua y proteger a la población.
La situación mejoró parcialmente con estas obras, pero las epidemias continuaron azotando a Monterrey en los siglos XVIII y XIX, agravadas por las condiciones insalubres del entorno. Las presas, que inicialmente habían sido una solución, se convirtieron en focos de propagación de enfermedades, lo que llevó a su desmantelamiento en 1814 por orden del obispo Primo Feliciano Marín de Porras.
El siglo XX trajo consigo ciclones aún más devastadores. En 1909, un enorme ciclón causó la mayor tragedia natural en la historia de Monterrey, arrasando con gran parte de la ciudad y causando la muerte de más de cinco mil personas. Este evento demostró la vulnerabilidad de la ciudad ante las fuerzas de la naturaleza y marcó el inicio de una serie de proyectos para canalizar y regular el río Santa Catarina.
A lo largo de las décadas siguientes, los esfuerzos para controlar las avenidas del río continuaron, pero la ciudad siguió siendo golpeada por ciclones y tormentas, incluyendo el ciclón de 1938 y las inundaciones causadas por el huracán Gilberto en 1988 y el huracán Alex en 2010. Estos eventos pusieron de relieve la necesidad de una infraestructura más robusta y una planificación urbana más adecuada.
Hoy en día, Monterrey sigue siendo una ciudad resiliente, que ha aprendido a vivir con los ciclos de la naturaleza. A pesar de los desafíos, la ciudad ha logrado reconstruirse y crecer, demostrando una y otra vez la fuerza y determinación de su gente. Sin embargo, la historia de los ciclones y las inundaciones en Monterrey es un recordatorio constante de la importancia de la planificación y la preparación ante desastres naturales.